sábado, 20 de julio de 2013

#17

Jorge espera en la puerta en casa de Ale, acariciando y observando la foto que tienen juntos. Ale es la mujer por la que ha estado enamorado desde el primer día que les presentaron. Su relación se había ido desarrollando con mucho tiempo y paciencia.
Y anoche le dijo:
—Lo siento pero me he enamorado.
—Esto es una broma, ¿verdad? —él pensaba que la hermana de Ale le estaba gastando una broma pero ella se lo confirmó.
—No, no lo es. Tú y yo fuimos algo bonito pero él me ha traído algo más... No sabría decirte.
—Claro. Y yo a la basura —hizo una pausa. Iba a llorar—. ¡¡Vete a la mierda!!
Se había pasado toda la noche dando vueltas en la cama, entre llorando y pensando hasta que se le ocurrió la genial idea de que, quizá si la veía y le pedía otra oportunidad, sería capaz de reenamorarla, de hacerla volver a sentir como antes y esperó durante horas en su portal hasta que se hizo el día.
De pronto, la puerta se abre.
—Vamos, Fideo, de paseo.
Por fin la va a ver, le dirá todo lo que ha planeado en su mente: las palabras mil veces repetidas, los sentimientos vivos en él. Sin embargo, algo no ha salido como él hubiera querido: sale con un joven de su edad.
—Jorge, ¿qué haces aquí? —saluda ella mientras le mira fijamente. Él no aparta la mirada del hombre que la acompaña—. Éste es Sandro.
—Hola —el acompañante le tiende la mano y, dentro de Jorge, los sentimientos se desbordan.
—¿Cómo que “hola”? —aprieta los puños contra las palmas—. Me has robado a mi chica.
—Jorge... —comienza ella pero se interrumpe. ¿Qué podría decirle ella? Esta es la verdad y no puede hacer nada por remediarlo. Se gira hacia Sandro—. Él es mi ex.
—Así que tú eres su ex. ¿Y qué haces rondando de nuevo a mi chica como si fueras un perro?
Jorge salta sobre Sandro y da un puñetazo en la mandíbula. ¿“Mi chica”? Él había dado lo mejor de él, todas sus fuerzas y sus esperanzas en ella y él se atreve a decir que es su chica. No le importaba cuan alto es ese cacho de mierda, ni lo musculoso que está, le da igual que se mate en el gimnasio o a pesas, su único pensamiento es destrozarle esa cara de gilipollas que tiene; desfogarse, sacar el dolor, la rabia y la furia.
—¡Para Jorge! —grita Alejandra—. ¡Para! —empieza a sollozar sin remedio, cubriendo su cara con las manos. Entonces, Jorge para y se acerca a ella y la consuela—. De verdad que te he querido, mucho, demasiado. Siempre serás alguien especial para mí y encontrarás a otra mil veces mejor que yo, que te tratará como el gran hombre que eres. Lo siento, lo siento muchísimo —se arrodilla ante él y da varias golpes con el cráneo en el suelo, frío y lleno de rocío—. ¡Déjale! La culpa es mía y solo mía. Golpéame a mí.
—Así que por mucho que yo te esperara aquí, por mucho que te pidiera que volvieras conmigo, ¿no lo harías?
Ella niega con la cabeza y se acerca a un Sandro sangrante y dolorido.
—Por favor —suplica Jorge—, miénteme y di que me quieres. Te juro que te haré muy feliz, que sabré compensarte lo que he hecho mal hasta ahora. Por favor, no me dejes. Sin ti, me muero —tiene los ojos vidriosos y a punto de estallar en lágrimas.
—Le quiero.
—Entiendo —hace una pausa y los mira—. Así que el que sobra soy yo, ¿verdad?
Ale asiente sin levantar la mirada de Sandro. Le corre la vergüenza por el rostro y no quiere ni mirarle.
Se acerca al perro y lo acaricia e, inesperadamente, la mascota lo sigue.
«Al menos alguien me quiere.»

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