jueves, 4 de julio de 2013

#2

Huía de aquellos malhechores. Habían atacado a su pueblo sin nada salvo una estúpida excusa.

—Son licántropos —les acusaba el chamán de la tribu unas lunas antes de atacarles en medio de la noche.
—No diga tonterías —dijo su padre, uno de la cabecilla de caza y ayudante del viejo chamán. Ella alzó la mirada al sentir la sulfuración de su padre en su voz. Nunca le había visto así con Hethekaia—. Si fuéramos licántropos os comeríamos. No tendríamos la necesidad de compraros alimentos en invierno.
Y Hethekaia le respondió duramente:
—He visto a tus cazadores —repuso con un tono misterioso—. Siempre vuelven con presas...
—Eso es porque les enseñamos a cazar —interrumpió el jefe de nuestra tribu—. No somos esas bestias, Hethekaia. Te lo aseguro.
El jefe de la tribu opuesta, Gewnilad, decidió dar por sentado el asunto y desmanteló aquel periplo. En aquel momento, ella entraba en la tienda para llevar el tabaco y una pipa para fumarla entre los dos jefes, sintió la mirada del hijo de Gewnilad, futuro jefe de la tribu. Ella asintió en gesto de respeto pero siguió sintiendo la mirada clavada en su nuca y, la volverse, los ojos claros de Aeometh, que no paraban de escrutarla. Se sentía extraña ante aquella mirada.
—Eomin, déjanos solos.
Ella obedeció y salió de la tienda. Su madre y su hermana se acercaron a ella.
—¿Ya han terminado?
—No —respondió ante la cuestión de su madre. La miró ahelante y su hija bajó la mirada—. Voy a ser el enlace.
—Eso no puede ser.
—Me casarán con Aeometh, madre.
—Tú no eres la hija de nuestro jefe —su madre intentaba rebelarse ante el destino que se la había impuesto a su hija mayor.
—Pero soy vuestro mayor tesoro. Soy la aprendiz del chamán y la única que nació con fuego en el pelo.
—No eres la única —su madre no quería perder toda esperanza ante lo que iba a suceder a su primogénita—. Otras muchachas nacieron con fuego en la cabeza.
—Soy la única que lo conserva.
Su madre bajó la cabeza y no dijo nada más. El espíritu rebelde que ardía en ella lo había heredado de su madre. Y lo sabía.

Los recuerdos de su madre y su hermana sobre el suelo, cubierto de sangre. De su padre agonizando. Todos recorrían su mente y maldecía al pueblo de su prometido.
Cuando sintió que no la seguían, se paró en seco y miró se pelo con odio. Lo culpó de la muerte de su tribu. De pronto, volvió a correr con ganas y, cuando sentía que volaba, sus manos se convirtieron en zarpas, blancas y cobrizas. Pero no se paró en ningún momento, siguió corriendo ante la nueva libertad que empezó a sentir. Su cuerpo fue tornándose peludo  y tomando la forma de un lobo. los hombres la siguieron, recordando lo que les había dicho Hethekaia sobre los licántropos y siguieron tras ella. Lanzándole flechas y alguna que otra lanza. Una cosa sola impactó en su hombro y la hirió. Cayó del propio miedo al dolor y lanzó un aullido, se quedó unos segundos parada pero no dejaría que aquellos cazadores la pillaran. Se alzó de nuevo antes de que llegaran, sintiendo el poder de correr. Ellos gritaron y Aeometh apareció a caballo. Aquel muchacho se acercaba demasiado con su caballo y, aunque ella trataba de ir más rápido, no podía. La necesidad de volver a ser humana que la de correr. Y antes de que Aeometh la alcanzara, ella se convirtió en mujer.
—No me matéis —suplicó mirando al joven con sus temerosos y ambarinos ojos. Él bajó el arma y sus ojos se volvieron grnades de la sorpresa. Se bajó de su montura y la agarró de la muñeca, a lo que ella respondió con un gemido lastimera. Él la sonrió y, de pronto, se convirtió en lobo.
—¿Qué?
—No te ibas a casar conmigo como enlace. Debíamos despertarte.
—Pero mi aldea... —la nieve llena de sangre, las tiendas convertidas en cenizas. Todo es un remolino que de pronto y la inundó de ira.
—Lo hicimos para despertarte y porque no quisieron cederte.
Clavó su mirada dorada en la suya azulada, su cuerpo se volvió a transformar y le dio un zarpazo, que dejó una marca profunda en la mejilla que él. Él lanzó unzarpazo que la dejó tiritando.
Había perdido mucha sangre con la herida de flecha.
—Mátame —rugió ella—. Mátame y acabemos con esto.
—Eomin no lo entiendes, ¿verdad? —él ladeó la cabeza y le enseñó los dientes—. Te necesito para crear algo mejor que nuestros padres. Tú y yo como los reyes de un nuevo orden.
Los ojos de aquel lobo la hipnotizaron y cedió. Entre los ojos y la pérdida de sangre, cayó al suelo, desfallecida.

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