martes, 23 de julio de 2013

#20

Estoy en la parada del autobús, totalmente preparada para su viaje a Madrid. Pronto abandonaría aquel pueblo perdido donde he vivido toda la vida pero necesito huir. A mi lado, una pequeña maleta de color mandarina gastado, un poco abollada y unos cuantos golpes más.
Me siento en uno de los asientos de plástico duro, azul oscuro; soñando, pensando y liberando mi mente mientras espero a aquel autobús que me llevará lejos de aquí.

Pero, divagando, recuerdo qué es lo que me hace huir de aquella manera tan precipitada y tan apresurada.
—Fede, ven un momento —la idiota de Sara llamaba al chico más guapo de la clase. Además, en plena fiesta de final de curso. Acabábamos de graduarnos en el bachiller y yo había escogido una universidad cerca de casa para volver siempre que pudiera. Sara, con su voz de terciopelo barato, su pelo rubio platino y aquel vestido ceñido, escotado y de color rojo, todo conjuntado con unos taconazos altísimos y de aguja. Ella y su esplendorosa y exuberante belleza. Yo no podía competir contra alguien tan maravillosamente parecida a una estrella del pop estadounidense; y si le había llamado era porque quería salir con él en el verano y él le diría que sí. ¿Quién le diría que no?
La escena me la sabía de memoria porque siempre era la misma desde que Sara había comenzado a salir con chicos.
Fede la miró y la sonrió, le hizo una señal de que hablarían después y a mí se me cayó el alma a pedazos; sin embargo aguanté la compostura y me obligué a quedarme hasta el final de la fiesta sin llorar, sin derramar una gota de agua. Me acerqué a Sara:
—¿Vas a salir con Fede?
—Claro —dijo encogiéndose de hombros—. Es muy guapo y alguien como yo se merece un novio guapo —apreté los puños para no cogerla de los pelos y arrancarle mechones de pelo con las manos.
—Pero estabas saliendo con Carlos.
—Ya —hizo un mohín de indiferencia. ¿O era de asco?—. Pero Carlos comenzó a engordar y ya no me molaba nada salir con él —no sé por qué pero me sorprendí de su respuesta, abriendo la boca sin querer. Además de facilona, coqueta y estúpida, era superficial. Antes me caía mal pero entonces aún más.
Cuando el reloj tocó las doce de la media noche, Sara tomó la mano de Fede y se le llevó a un cuarto aparte y, en ese mismo instante, yo estaba saliendo por la puerta.
A la mañana siguiente, abordé a mi madre.
—Mamá —comencé mientras desayunábamos—, quiero ir a estudiar a la Universidad Autónoma de Madrid.
—¿Y por qué a Madrid? —dejó su café sin tocar y me miró fijamente—. ¿No habíamos quedado en la Universidad de Salamanca?
—Mamá, es mi futuro. Quiero ir a una buena universidad para poder trabajar en un mañana.
—Vale —dijo con un tono un tanto triste. Recogió el plato de tostadas y la taza de café—. ¿Tendré que ir contigo?
—No —terminé mi colacao—. Ya buscaré yo sola piso o residencia y demás —me levanté y fregué los cacharros que había en la pila. Empecé a empacar y empaquetar cosas. Solo lo imprescindible.
—Por cierto, cielo, tienes que hacer la matrícula.
Se me había olvidado por completo aquel pequeño obstáculo. Terminé de meter camisetas y jerséis, busqué por internet cómo hacer la matrícula y entregarla.

Y aquí estoy, esperando a un autobús que me llevará lejos de mi familia, de mi hogar, de esta mierda de pueblo y de la parejita.
Cuando el autobús empieza a acercarse yo me levanto de los asientos duros que me han dejado el culo hecho un cristo. Voy a coger mi maleta cuando alguien grita.
—Espérame; voy contigo.
—Tú estás con Sara —le grito enfurecida—. Déjame en paz.
—Espérame; quiero ir contigo —esa frase me hace girarme hacia él y verle con una maleta plateada, bajando corriendo por la cuesta que lleva hacia la parada. Se para a mi lado mientras yo paro el autobús y susurra en mi oído—. Te quiero.

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