sábado, 26 de julio de 2014

#27

Me desperté al notar, de pronto, la cama bastante más vacía y más fría.
Su largo pelo de colores no estaba haciéndome cosquillas en la nariz ni podía abrazar su cuerpo delgado.
—¿Irene?
El silencio me devolvió la pregunta en forma de eco quisquilloso y poco perceptible.
Se podría que salté de la cama con mis braguitas de colores chillones, me puse los vaqueros y una camiseta enorme que ella me había regalado.
—¡Irene! —llamé a voces.
Entonces vi su cresta multicolor marchándose parque abajo.
Intenté correr detrás de ella pero siempre se interponía alguien o algo. Yo estiraba el brazo lo suficiente para intentar alcanzar y tirar de ella para meterla entre mis clavículas, apretarla contra mis senos, allí donde había un hueco enorme por falta de un elemento. Ese que ella se había llevado con facilidad y ahora no sabía si quería recuperarlo.
Sé que pensé que sin ella, no podría a volver a sonreír con ganas.
Entonces, una mano agarró mi hombro y tiró de mí, escondiéndome y dificultando que llegase a agarrar a Irene.
—¡Irene! ¡Irene, no te vayas! —grité mientras esa persona me agarraba de la camiseta y de la sudadera—. ¡¡Te quiero!!
La persona que me había agarrado era su mejor amigo.
—Lo siento, Violeta —con la voz tan menguada que casi ni le oí—. Es momento de que se marche, de que vuele.
De mis ojos escapan lágrimas de rabia al verme tan rota y compungida.
Sabía que algún día llegaría ese día pero no quería que pasase tan pronto.

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