domingo, 19 de abril de 2015

{Por siempre tres} Capítulo 1.

En el invierno de mis 18 años, recuerdo las tardes que pasaba encerrada en casa debido al frío que se atería a mis huesos y escuchando las canciones de Otep que hacían que la rabia saliese tan a la superficie que pudiese pintar todo aquello que en mi adolescencia no había podido hacerlo, corroyéndome por dentro, como si ácido se tratase.
La verdad es que la rabia y la furia que despertaban aquellas canciones no eran esos sentimientos que había dejado atrás sino el cúmulo de cosas que sentía por culpa de los comentarios de mi padre, aquel por el que me había esforzado en conseguir la aprobación que jamás recibí. Otep básicamente sólo reforzaban esos sentimientos de odio hacia la figura paterna.
—Quita esa música —gritaba mi padre desde el salón pero, como mi propia naturaleza me decía, me rebelaba y subía un par de niveles el volumen de la música; debido a la potencia del bajo, hacía que los altavoces vibrasen y, con ellos, las paredes hacían el golpeteo continuo contra la pared—. ¡Que la quites!
Volví a subir el volumen a unos niveles en los que el instrumental de Otep se me hacía horrible incluso para mí, pero no cejaba en mi empeño en que mi padre se jodiese. En cuanto oí la puerta de mi habitación abrirse, tuve el deja-vú de que mi padre me daba una bofetada mientras que con un golpe al botón estropeado de la vieja cadena, la apagaba para que la toda la ira y el odio se fuese. Ojalá todo el odio y la rabia que sentía pudieran desactivarse con un solo botón. La verdad es que no sentía nada cuando él me cruzaba la cara, estaba acostumbrada a esos arranques suyos y yo ya era una mujer de hielo. Mientras, él volvía a su escenario de siempre: salón, sofá y televisión. Miré al reloj de la minicadena y recogí el cuaderno donde solía acumular dibujos a lápiz y bolígrafo, metí los apuntes en la bandolera, deseosa de meterme en la clase que tocase. Cualquier cosa por alejarme de aquella casa donde el frío corría por las paredes.

Me encantaban las clases de por la tarde, donde normalmente siempre tocaban las clases más prácticas, liberando mi animal sediento de plasmar aquellos sentimientos que se arremolinaban dentro de mí.
Cogí el móvil que estaba de moda en aquel entonces y que conseguí comprarme tras ahorrar en pagas y en regalos de cumpleaños, comprando la Blackberry y unos cascos de calaveras que me aislaban del mundo.
Al salir de casa, ni siquiera me despedí. Nadie se daría cuenta de que me iba y mi madre estaba trabajando. Con la mochila a cuadros negros y blancos, como si fuera linóleo, en la espalda y Three Days Grace sonaban en los auriculares, me senté en el asiento del bus y miré a la mochila, firmada por las pocas amigas que había tenido en el instituto.
Cada una habíamos escogido un destino distinto, a pesar de separarnos, solíamos tener contacto aunque ya no era nada como antes. Eso, en parte, me hacía ponerme melancólica y triste pensando en lo que había disfrutado del instituto con ellas.
Cogí la libreta de dibujo y me puse a abocetar mientras el autobús me mandaba de ida al lugar que me iba a mantener fuera de mi estado emocional, de lo que pasaba en casa. Porque yo iba a clase como si me fuera de vacaciones de mi propia vida.

Bajé del autobús aún con el cuaderno de dibujo bajo del brazo. El pobre cuaderno tenía muchos años (aún sigo conservándolo para ver lo que he progresado artísticamente) así que muchas hojas estaban sueltas o a punto y yo intentaba llevarlas con mimo para que nada se perdiese.
Iba escuchando My Inmortal mientras me encaminaba a clase, cuando un tío se chocó contra mí y mi preciado cuaderno.
—¡Bastardo! —le grité mientras recogía las hojas sueltas que se habían desperdigado por todo el suelo de cemento—. A la mierda todos mis trabajos. ¡Subnormal!
Del bolsillo de la sudadera Nike de bolsillo canguro se resbaló la Blackberry, cayendo sobre el el suelo con un golpe seco. Al intentar pararla con el cable de los auriculares, estos se desenchufaron y se podía oír a The Pretty Reckless sonando en alto.
—¡De puta madre! —recogí el móvil del suelo metiéndolo en la sudadera y enchufando los cascos a la salida de audio—. Espero que estés contento, maldito capullo.
Sin embargo, al terminar de recoger los dibujos y alzar la mirada hacia los tíos esos, ninguno estaba mirándome siquiera, como si no existiera. Aquello sí que me cabreó. Me levanté, me acerqué a paso rápido a ellos y puse la mano sobre el más grandote de ellos, el tío que me había empujado; le di media vuelta para sorpresa del mismo y le enfrenté.
—¿Eres mongolo? ¿O eres tan egocéntrico que no te das cuenta de que me has golpeado? —le espeté mientras sus amigos nos miraban totalmente estupefactos—. A ver, ¿te ha comida la lengua el gato? ¿O te la has tragado mientras te la chupabas a ti mismo?
Los amigos del tipo grandote se ríen mordiéndose el labio debido a los comentarios que he ido soltando sobre la falta de lengua del pavo ese.
—La próxima vez, sólo pide perdón, ¿de acuerdo? —miré el reloj de pulsera—. ¡Mierda! Llego tarde.
Salí corriendo hacia el edificio de Bellas Artes de la universidad pero, cuando vi que la profesora estaba dentro, lo dejé estar y bajé las escaleras hacia el césped de la universidad, donde también estaba la entrada de la RENFE, me senté en la hierba mientras me puse a colocar los dibujos por orden cronológico.
Finalmente, terminé y alcé la vista para mirar el cielo. Estaba encapotado pero no parecía para nada que fuese a hacer malo e, incluso, dejaban ver los rayos solares de cuando en cuando. No era un mal día de invierno.
Entonces, oí reírse a alguien y me giré por pura rutina. A veces se me olvidaba que el instituto había acabado y que no había nadie de mi clase en aquella universidad. Mi mirada se dirigió a un pequeño grupo de chicos que están con dos o tres chicas guapas; entonces le vi.
Él aparentaba tener más años que yo aunque el pelo rojo le daba aire divertido y la cara aún redonda por el efecto de la infancia, no se había terminado de cuadrar; las mandíbulas no estaban del todo formadas; los ojos azules almendrados y un poco caídos del final del ojo; una nariz difícil de calificar y una camiseta de The BigBang Theory. Entonces sentí que su mirada se detenía sobre mí y se la sostuve durante unos instantes, hasta que él volvió a mirar a la morena que tenía enfrente.
A pesar de los segundos de sol, no puedo aguantar más con el frescor del invierno y me voy a la estación para estar algo más calentita mientras espero a que empiece Historia del Arte.
Con la de veces que me salté esa clase, ahora pienso que fue algo del Destino que aquel día no fuera así. Quizá me hizo sentir mal el haber faltado a la hora anterior. Fuera lo que fuera, agradezco no habérmela saltado como siempre.

_______________________
Sé que ya había subido algún fragmento de esta novela pero hace poco la releí y pensé que era hora de retomarla, de leer lo que tenía y reescribirla. Nunca pensé que este personaje tuviera tanto de mí. Por supuesto, muchas de las cosas han cambiado, sobretodo los nombres de los protagonistas; era hora de ponerles nombres de verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si te ha gustado, si quieres comentarme qué es de tu vida.
¡Comenta!