miércoles, 17 de febrero de 2016

Capítulo 127

Buenas noches, amigos.

Acabo de llegar a casa y estoy que me derrito, en serio. Estoy mazo de cansada después de cinco horas de hospital más dos de buses y metros. Irse a Guadarrama es cansino con ganas. Os lo explico.

Hace un mes, más o menos, la abuela de mi novio David se cayó y desde hace más de un mes lleva hospitalizada por el tema de que le dio un ictus, dejando paralizada la mitad izquierda de su cuerpo. Por lo que mandaron que hiciera rehabilitación para volver a tener movimiento en la zona afectada; el caso es que le han dado un hospital en Guadarrama. Sí, queridos espectadores, en plena sierra madrileña, donde están diciendo que cae mazo de nieve de noche y que hiela; es más, cuando yo salgo del hospital (sobre las 21) y ya hacen un par de grados bajo cero. Así que da igual cuantas capas de ropa te pongas, vas a morir del frío igual.

Sales del hospital y ya te sientes así
La verdad es que ya más o menos tengo cogida la hora al bus así que suelo bajar lo más justa posible porque si no acabaría siendo el muñeco de nieve que quiere Anna. En serio, muchas veces llego a las cuatro y está nevando ligeramente; muchas veces pienso en quedarme a sobar en el hospital porque es horrible salir a las nueve y encontrarte totalmente entumecido, con el moquillo colgando y tiritando. Juro que dan ganas de volver dentro y esperar a que se piren las enfermeras para quedarte durmiendo en la sala de estar.
El puto frío que hace no es normal. Y yo que soy de verano...

En fin, al menos la tarde no ha sido tan pesada porque a la vecina de cama de la abuela la han trasladado a una habitación individual y se ha quedado ella sola de nuevo. De todas formas, es que esa mujer no estaba muy bien de la cabeza; muchas veces estaba sentada en la silla para visitas y se ponía a gritar como una loca llamando a su marido, empezaba a hablar conmigo y no entendía nada de lo que me decía, o incluso a pedirme cosas que no existían.

Ayer me dijo que le diese su zapatilla a su madre (a la madre de la anciana) porque iba a coger un constipado y yo con la zapatilla en la mano con una cara de flipendo enorme.
Otro día me dijo que le diese su crema, pero teniendo tres o cuatro cremas sobre la mesita auxiliar le paso la primera que veo:
—Esa no.
Me señala otra que hay y se la doy.
—Que esta no.
Pongo una cara de circunstancia enorme y le paso otro bote.
—¡Que no!
Arrugo la frente y estoy por pasar de ella cuando me vuelve a llamar, me señala la vaselina para los labios y me dice:
—Es esa la que quiero.
—Esto no es crema, es vaselina.
—No me repliques.
Puse los ojos en blanco y me volví a mi silla a intentar leer el libro con el que estoy ahora.

Tan yo en ese momento
Pero ahora, con su traslado, espero tener que sólo cuidar de la abuela y no tener a nadie más que me pida “pásame las cremas”.

Agur.

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