martes, 11 de octubre de 2016

#32

Se levantó en mitad de la noche, parecía inquieta.
El enorme ventanal que había en mi habitación con las luces de las farolas que venían de fuera, recortaron su figura desnuda; con el pelo agitado como la melena de un león, se sentó en mi silla para luego volver a levantarse, dirigirse a algún lugar de mi pequeño estudio, abrió un mueble con un chirrido leve y tomó algo, volviendo poco después. En la mano llevaba un vaso de culo ancho con algo que identifiqué con alguno de los licores que reposaban en mi mueble bar; el color era ámbar aunque no podría decirlo con seguridad ya que las farolas con su luz anaranjada impedían ver todo de otro color que no fuese ese haz de luz tornasolado.
Por un momento, pensé en acercarme a su cuerpo desabrigado de las ropas que había poseído horas antes; pero me parecía tan etérea como un sueño; su rostro de nariz respingona salpicado de claridad anaranjada, con el vaso de cristal entre sus labios prominentes... ¿Quién podía decirme que la había poseído con todo mi ser?
Se giró hacia mí y me sonrió. Lo noté por un pequeño suspiro que salió de sus labios.
—Siento haberte despertado.
Moví la cabeza torpemente porque me había pillado mirándola desmedidamente.
—A veces, cuando llegan ciertas horas quiero hacer el amor o escribir.
—¿Y no querías despertarme para pedírmelo?
—No es eso. Aunque me has dado la excusa perfecta.
Oí su risa cargada de incredulidad.
—Ven a tumbarte conmigo; te haré que no desees escribir.
Ella dejó el vaso vacío sobre mi escritorio y se sentó junto a mí, acarició mi pecho con cariño y mimo; yo me embarqué en sus labios, cogiéndola de su cadera y atrayéndola hacia mi propio cuerpo. Tomé una pinza lila de mi mesilla (no recuerdo si era mía o de alguna otra visitante de mis sábanas), le recogí el pelo deprisa pero sin dejar mechones sueltos que me impidiesen el paso hacia su cuello. La arteria del deseo palpitaba cerca de mi entrepierna y deseaba saciar todo mi apetito, le mordí el cuello con la fuerza justa para que dejase salir un suspiro sensual de su boca; noté su sangre acelerarse y deseé que ella tuviese tal deseo como el mío. Deseaba a esa reina de la noche artificial ambarina. Deseaba que la arteria del deseo se hubiese puesto a palpitar dentro de ella también.
Pellizqué sus pezones con mis dedos deseosos, haciendo que sus pezones se pusiesen duros y también mordí uno de ellos; ella acarició uno de mis pezones con suavidad, besándome cuando mi boca estuvo libre y su lengua me exploró sin prisa pero tenazmente. Clavé mis dedos en su carne suave y blanda, haciendo que se acercase a mí aun más. Me desesperaba el hecho de que estuviese a una distancia que no me daba para jugar con sus piernas ni con su clítoris.
Finalmente, pude sumergir la mano en su pubis para hacerla disfrutar lo suficiente que noté como mi mano se mojaba con su excitación, lamí su cuello, pegando mi cuerpo a ella con necesidad de tener todo accesible para mí y mi deseo libidinoso; ella se dejó arrastrar a aquel torbellino que era yo. Mojé mis dedos dentro de su coño húmedo y di dos pasadas con mis dedos sobre su pequeño punto de placer; ella se retorció pero sin mover su pubis para nada y mordía la almohada. Esta vez hice círculos alrededor de su clítoris delicadamente, sentí otra vez el retorcimiento de su cuerpo al sentir placer.
La tumbé en mi cama y bajé de nuevo, aunque esta vez pensaba hacerle sentir ese intenso placer con la lengua: me sumergí entre sus piernas, saqué la lengua y lamí un poco la punta de su clítoris. Me gustaba hacerlas desearlo y con ella pensaba hacerlo igual. Di otro lametazo en su garbanzo y sus piernas se abrieron más para mí, dando la bienvenida a lo que sabía que era el paraíso; esta vez ya no paré, seguí lamiendo su precioso clítoris con mi lengua mientras los sucesivos gemidos de gozo iban en aumento, me cogió de mi pelo y me subió una de las manos a sus, aun más, duros pezones; sentía que la lujuria me estaba poseyendo y lo estaba disfrutando locamente. Poder saborear su entrepierna mientras ella se empezaba a derretir, mientras me pedía más, era más de lo que podía pedir a nadie. Sentí pequeñas palpitaciones y sus piernas empezaron a moverse en sintonía con lo que la hacía, me aferraba más fuertemente a ella, deseaba llevarla hasta el final.
—Venga, córrete para mí —le di un azote en el trasero.
Varios gemidos ampliados y, por fin, el gran acto final. Sentí como se estremecía con las mismas corrientes eléctricas que ahora me recorrían a mí, dejó sus piernas laxas y se alzó un poco en sus codos.
—Ha sido alucinante —me dijo en un susurro con matices de deleite. Le di una última lamida para despedirme de su pubis.

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